Pau Roca, director general de la OIV
Entrevista a Pau Roca, director general de la OIV
‘La OIV es una fábrica de acuerdos’
Tras ser secretario general de la Federación Española del Vino (FEV) desde 1992 hasta 2018, en noviembre de ese último año Pau Roca fue elegido director general de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV). Cinco años después, el primer español en ocupar este cargo, será relevado por el neozelandés John Barker. Enoviticultura ha aprovechado para hablar con él, hacer balance de su gestión y ver hacia dónde va el futuro del sector vitivinícola.
¿Cómo resumiría su mandato?
Ha sido un mandato fuera de lo previsto, debido a la pandemia, que ha interferido mucho, pero que al mismo tiempo nos ha llevado a una serie de replanteamientos dentro de la OIV. Más que una parálisis ha supuesto reinventar las formas de encuentro entre los expertos de los 50 estados miembro, creando una dinámica distinta en la organización. Por ejemplo, ha sido uno de los elementos que ha intervenido de alguna forma en la búsqueda de una sede fuera de Paris. Antes era impensable elegir un sitio sin aeropuerto, como es Dijon. Ahora, ya no lo es. Tras la pandemia, hemos digitalizado nuestros sistemas y la mayoría de las reuniones se realizan por Internet o medios distintos de comunicación.
Además, ha habido una reducción de costes en algunos capítulos, porque hemos reposicionado a gente, refundado equipos, seleccionado a nuevos jefes de unidad e incrementado su calidad. En definitiva, la pandemia ha supuesto una mejora de la organización, y esto lo asumo como parte de mi gestión.
En cuanto a los temas políticos de mi mandato, creo que el éxito, sobrevenido por la Guerra de Ucrania, es que en la misma mesa tengamos a este último país y Rusia. Ucrania no estaba antes y, aunque la reacción de la mayoría de organizaciones intergubernamentales ante la invasión fue expulsar a Rusia y suspenderla de servicios, nosotros no lo hicimos, e incluso hemos ampliado la comunicación con la parte rusófona. Le hemos dado la vuelta a la tortilla. Me parece interesante, como organización multilateral, disponer de esta mesa, que es puramente científica y técnica, y donde personas de distintos gobiernos pueden dialogar, aunque estén enfrentados en otras materias.
¿Existen muchas presiones por parte de los países miembros?
Las presiones son normales y forman parte de los intereses de todos. Nuestra función es actuar de guardián, tal como fija el tratado fundacional, y mantener nuestros principios y valores. Por ello, las presiones e intereses son perfectamente válidos y de ellos surge el acuerdo. Esta es una organización que, como todas, ha de producirlos. La OIV es una fábrica de acuerdos y, si no llega a ellos, es un fracaso. Acuerdos como las resoluciones que se producen en las reuniones de las asambleas generales, tras largos procesos, pero también como los documentos de experiencia colectiva, documentos de posición que surgen con el consenso de las naciones miembros de nuestra organización.
‘Sin diversidad, no hay adaptación’
En el periodo de su mandato, ¿cómo ha evolucionado el sector vitivinícola?
Las evoluciones en este sector son muy lentas y la OIV está a punto de celebrar su centenario. En estos 100 años de existencia, hemos sido capaces de ver cuáles han sido los resultados de todo este acerbo de acuerdos, de orientación de una política vitivinícola mundial, y sus consecuencias. Y estas son una estructura económica de un sector muy vinculado al territorio y a la producción, y que el vino es un producto totalmente agrícola.
Darnos cuenta de esto, ha cambiado nuestra visión sobre la atomización del sector, aspecto antes negativo desde el punto de vista de análisis económico y que ahora vemos como positivo de cara a la resiliencia y a la adaptación al cambio climático, y a las crisis que se deriven de este. Hemos comprobado que tener un sector con esta diversidad y fragmentación es muy positivo porque facilita la adaptación. Sin diversidad, no hay adaptación.
Tenemos variabilidad, una biodiversidad económica altamente resiliente, y esto ha sido una de las conclusiones más importantes a las que hemos llegado, un punto de vista común para una estrategia de futuro.
¿Cómo se está desarrollando el Plan Estratégico de la OIV 2020–2024?
Tiene establecidos 6 ejes, 3 de ellos sobre adaptación al cambio climático, apostando por la sostenibilidad. Hoy en día, la perfomance económica en el mundo se entiende como crecimiento, y más crecimiento, y se comparan los países según el incremento del Producto Interior Bruto. En esta carrera, hemos puesto un freno, ya que el crecimiento ‘per si’ no vale, este ha de ser sostenible. Ya sé que no descubro nada nuevo, pero en el sector del vino se puede ser ejemplar en esto, por esas características mencionadas antes de una estructura económica muy fragmentada, muy vinculada al territorio y donde las proyecciones son a muy largo plazo. Somos un sector formado por muchas familias, a menudo empresas familiares. Ello hace que no haya prisa en obtener resultados, pero sí que sean perdurables, ya que tener continuidad es un valor añadido, y sostenibles. Por tanto, la sostenibilidad viene dada por todas estas condiciones, que son intrínsecas del sector, y esto ha sido una gran parte del Plan Estratégico.
En este camino para adaptarnos al cambio climático, además de la sostenibilidad, en este Plan destaca la digitalización, que ha actuado como catalizador de reacciones. Hay que abrazar la transformación digital en todos los ámbitos y cambiar la mentalidad para entender que estamos en otro mundo y, sobre todo, con otra ciencia, la de datos. La OIV se fundamenta en la ciencia. Por todo ello, hay que integrar esta digitalización en el sector, aunque los resultados no sean inmediatos.
En la recién realizada 21ª Asamblea General se han aprobado 18 resoluciones, ¿cuáles son los puntos más destacados de estas?
Las resoluciones surgen de encontrar soluciones a problemas, que se plantean con una visión científica, y están fundamentadas con rigor. Estas resoluciones proceden de un largo proceso, nunca menos de tres años; es difícil obtener un consenso en tan pocos años. El Plan Estratégico es más corto que el periodo de elaboración de resoluciones por lo que hemos hecho que ambos sean compatibles para cumplir los objetivos de sostenibilidad.
Una de las resoluciones ha sido sobre marcadores genéticos. Es necesario ponerse de acuerdo sobre cuáles son los elementos de distinción en una ampelografía, que ha dejado de ser morfológica y que ha evolucionado de mano de la tecnología al aplicar análisis de ADN.
Incluso en estos detalles creo que se cumple el Plan Estratégico. La finalidad de la OIV es ser un faro de referencia para el sector, pero también para otras organizaciones como la FAO o la Organización Mundial del Comercio.
Paralelamente se ha celebrado el Congreso Mundial de la Viña y el Vino en Jerez y Cádiz. ¿Cómo lo valora?, ¿qué importancia tiene que se haya llevado a cabo en nuestro país?, ¿ha influido usted en ello?
Personalmente, quería celebrar ambos eventos en mi país y así se lo plantee al ministro de Agricultura, Luis Planas, que enseguida atendió mi solicitud y presentó la candidatura de España para este año. Aunque organizar un congreso de esta índole supone un gran esfuerzo, nuestro país ha actuado con mucha generosidad económica y con un espléndido trabajo de preparación y organización para lograr el éxito científico, centrándolo, en particular, en la digitalización en el sector del vino. Además, ha supuesto el descubrimiento de nuevos expertos, porque un congreso viene a ser una feria de inteligencia. Es un evento abierto, no solo cerrado a miembros de la OIV, mientras que la Asamblea General sí lo es. En un congreso expone todo el mundo, aunque hay una selección de ponencias por parte de un Comité científico, con criterios puramente científicos y de oportunidad. Los congresos son como un Mundial de Fútbol, sirven para la cantera de expertos, y los estados miembros y los delegados son como seleccionadores que fichan gente.
‘Hay que abrazar la transformación digital en todos los ámbitos’
¿Hacia dónde va el sector del vino con un consumidor que pide una menor graduación alcohólica y con la fuerte competencia de otras bebidas?
Hacia dónde va, no lo sabemos, pero sí que hay una reducción de consumo. Existe un enorme riesgo de deslegitimación del vino, como del resto de bebidas alcohólicas, que puede darse en un corto periodo de tiempo. Estamos en un mundo en que la sociedad está cambiando sus percepciones muy rápidamente. Y el vino no está exento de ello. De hecho, ya está siendo atacado por una parte minoritaria que puede llegar a tener una gran influencia y hacer cambiar la percepción que en la actualidad se tiene de este producto.
Por este motivo, debemos fortalecer la legitimidad del vino mediante referencias culturales, como su enraizamiento con la agricultura. Cabe recordar que estamos ante un producto agrícola no industrial, cuyas reglas de producción define una organización internacional, la OIV. No hay patentes, ni secretos industriales, están prohibidos. Esto define ya al vino como producto agrícola. Otra cosa son los vinos desalcoholizados o los aromatizados, productos manipulados. De ahí la importancia de preservar esta frontera.
Por lo tanto, reitero que el futuro del sector está en una situación de alto peligro en una sociedad muy cambiante, con una visión de las bebidas alcohólicas como algo maligno, por lo que los gobiernos deben constituirse como protectores de la salud. Sobre todo, después de la pandemia la demanda del consumidor a ser protegido, y tiene el derecho a serlo, se está consolidando. El rol de los gobiernos sobre la salud es muy importante ya que el consumidor está exigiendo casi el riesgo cero, que es imposible. Esto es un problema y hay que evitar que el vino entre en una dinámica que le convierta en un producto a ser eliminado.
¿El nuevo etiquetado del vino puede ayudar, a nivel de salud, a explicar mejor al consumidor lo que contiene el vino?
No siempre, lo que ha pasado en Irlanda es un botón de muestra, donde el etiquetado se ha diseñado de una forma parecida al de los paquetes de cigarrillos. De todas formas, una etiqueta es un espacio muy limitado, de pocos centímetros cuadrados. Creemos que la comunicación con el consumidor no debe limitarse solo a la etiqueta, sobre todo en un mundo con tantas redes sociales y accesos a la información. Pensar que la etiqueta es el único elemento de comunicación entre productor y consumidor es prediluviano.
Por ello, hay que regular la etiqueta digital, por ejemplo utilizando la tecnología de cadena de bloques descentralizada, o Blockchain, con una tokenización digital de la información del producto, que permite la trazabilidad de cada botella (desde el productor del vino, registrando también todos los intermediarios por los que la botella haya pasado), y que impide cualquier manipulación fraudulenta.
¿Cómo ve el sector del vino español?
Es diverso y está adaptado a un mosaico de denominaciones de origen, con muchas variables. Creo que lo está haciendo muy bien, pero le cuesta adaptarse a las necesidades de aportar un mayor valor añadido, posicionar el producto y mantener, al mismo tiempo, una gran superficie de viñedo, aunque no todo sean productos Premium. Estamos en un gran sector, quizás de los mayores vitivinícolas del mundo, que se mueve con pasos seguros, pero con cierta lentitud. España es un país en el que invertir en el sector del vino es un valor seguro, en otros lugares puede que no tanto.
S.P./I.F.
Publicado en Enoviticultura nº82