Entrevista a Iñaki Suárez, director técnico de la D.O. Bizkaiko Txakolina
‘No hablamos de cantidad, sino de singularidad’
La Denominación de Origen Bizkaiko Txakolina regresó por segundo año consecutivo a Barcelona con su salón profesional. Una cita que, más allá del escaparate, refleja una voluntad clara de diálogo con el sector. Conversamos con Iñaki Suárez, director técnico del Consejo Regulador, sobre el momento que vive la denominación, su filosofía abierta y la riqueza de un territorio que aún tiene mucho que contar.
¿Qué les ha traído de nuevo a Barcelona?
Hace apenas un mes hice una gira por las cuatro provincias catalanas con la Associació Catalana de Sommeliers. El recibimiento fue fantástico y el intercambio, con más de 100 sumilleres profesionales en activo, muy enriquecedor. Ahora con la segunda edición del salón hemos querido consolidar esos lazos. No venimos a imponer nada, sino a compartir lo que hacemos en nuestro pequeño territorio con humildad.
¿Cuál es el principal mensaje que quieren transmitir desde Bizkaiko Txakolina?
Que no hablamos de cantidad, sino de singularidad. Tenemos un territorio pequeño –445 hectáreas y 172 viticultores–, pero tremendamente diverso. Si hacéis la división, creo que entenderéis perfectamente cuál es el mapa que dibujamos. Esto se traduce en una pluralidad de estilos, de categorías de vinos, que para mí es realmente interesante. Nosotros no podemos hablar de trabajar a más, sino a mejor. Más que una producción masiva, ofrecemos vinos que cuentan una historia. Esa es nuestra fuerza.
En un mercado tan competitivo, ¿cómo se construye esa singularidad?
Con cuatro pilares: ubicación, clima, variedades locales y factor humano, que ha sido el paisanaje de nuestra tierra. Bizkaia es una provincia compacta, pero con una enorme variedad de suelos –lutitas, areniscas, arcillas– y microclimas, desde el atlántico al más continental. Trabajamos sobre todo con ‘Hondarrabi Zuri’ y ‘Hondarrabi Beltza’, variedades autóctonas que expresan muy bien esa complejidad. Y lo más importante: con personas que viven el viñedo con una pasión y un conocimiento profundo. Todos estos matices se trasladan al vino. Somos un territorio que representa protección del patrimonio natural, social y económico.
La D.O. apuesta por una reglamentación abierta, ¿ha sido clave para atraer nuevos perfiles de elaboradores?
Totalmente. Queríamos que el reglamento no fuera una camisa de fuerza, sino una guía con espacio para la creatividad. Tenemos un nuevo pliego de condiciones y un reglamento donde, además de lo que teníamos, hay categorías como los ‘Berezia’, que son vinos con crianza mínima de 5 meses en lías o fermentados en barrica, y dentro de esta los ‘Apartak’, que recogen elaboraciones especiales: vinos naranjas, con maceraciones carbónicas, vinos madurados en barro (barros rojos, barros blancos), sin sulfuroso… No es un cajón de sastre, sino una forma de visibilizar el trabajo innovador que se está haciendo desde el conocimiento y el respeto al entorno. De dar un espacio de oportunidad a elaboradoras y elaboradores con una idea interpretativa del territorio distinta.
Durante el salón ha dirigido una cata representativa de la D.O. ¿Qué criterios ha seguido para seleccionar los vinos?
He querido mostrar la diversidad y la evolución, no el proyecto en concreto. Hemos empezado con un vino joven, Txa Txabarri Extra, que representa la tradición reinterpretada. Luego, hemos pasado a un blanco de crianza sobre lías de Magalarte Lezama (Ieup! sobre lías), un concepto de elaboración desde 2003 en nuestra D.O., que además tiene un valor simbólico por el relevo generacional que está viviendo esta bodega. Y hemos cerrado con Ailu de LVRE Wines, un vino fermentado en fudre (600 litros), con crianza, que demuestra que nuestros vinos pueden envejecer y ganar en complejidad sin perder frescura.
‘Ofrecemos vinos que cuentan una historia. Esa es nuestra fuerza’
¿Cuál es su visión sobre tendencias actuales como los vinos desalcoholizados o el auge del blanco frente al tinto?
Hay que distinguir entre modas y tendencias. Los que tenemos cierta edad, ya hemos descubierto lo cíclico que es esto. Por otro lado, que haya opciones sin alcohol o nuevos estilos es positivo, pero lo importante es que el vino siga siendo parte de nuestra cultura. Estas tendencias vienen de países no elaboradores de vino; si miramos los datos y quien empuja hacia ello, no son consumidores de vino, sino curiosamente de alcoholes mayores, pero ese sería otro debate.
Al final lo que hay que hacer son vinos que gusten, que sienten bien y que interpreten adecuadamente el territorio que representan. El consumo debe ser moderado, sí, pero no podemos perder el vínculo emocional y social con el vino. Y eso no lo define una norma, sino las personas.
¿Con qué sensación se va Bizkaiko Txakolina de Barcelona?
Con ilusión. No venimos con arrogancia, pero sí con orgullo. Traemos una maletita llena de matices que queremos compartir. Si conseguimos que más gente descubra lo que hay detrás de nuestros vinos, ya nos damos por satisfechos.
S.P. / I.F.